"¡Marcelo, valió la pena tanta lucha!".

Homenaje a Osvaldo Bayer: Entrevista al Lic. Marcelo Valko

 

Créditos por la foto: El cordillerano

 

El Lic. Marcelo Valko, es psicólogo, investigador en temas que tienen que ver con los con los derechos humanos de los pueblos originarios, también escribió sobre Osvaldo Bayer para la editorial Sudestada, un trabajo que, seguramente, disfrutaste mucho, y el honor de haberlo biografiado, ¿cómo fue esa experiencia?

 

-En verdad, es todo diferente, porque Osvaldo escribió cuatro prólogos a libros míos, también compartimos muchos viajes juntos, lo acompañé a dar conferencias, etc. Vivíamos a tres cuadras en el barrio de Belgrano, Buenos Aires, de pronto él que era muy madrugador, y yo la verdad que también, a las 6 de la mañana me llamaba me decía: "Marcelo, ¿no viene a desayunar conmigo?". O a veces me llamaba, no de madrugada, me decía: "me ayuda a bajar una botella". Y después él venía muchas veces a comer a mi casa. 

 

-Una relación muy personal tenías con Osvaldo.

 

-Sí, sí, yo nunca me atreví a tutearlo, aunque él siempre me retaba. La última vez que él me recriminó por eso, me dijo: "bueno, entonces nos trataremos de usted hasta el último día". Y así fue. En un homenaje a Osvaldo, que estaba Herman Schiller, que es un periodista tan sagaz, Herman Schiller dijo: Nació a tal hora, que es muy precisa, escribió, filmó, hizo tal guion. Por eso pensé no tiene sentido que después diga más o menos lo mismo, por lo cual decidí, voy a contar anécdotas. Porque de pronto lo miraba a él tan serio, como tan alemán, y Roca y la Patagonia, pero era una persona tan divertida, yo lloré tanto de risa con él. Entonces empecé a contar anécdotas, la gente se ría tanto, y él me miraba con una cara, después la gente de Sudestada me dijo: “¿Por qué no lo escribís?”. Yo dije: “No, ¿cómo voy a escribir eso?” Luego, me quedó zumbando en la cabeza, de los viajes y charlas, yo escribía algo para mí, a veces, en papeles del hotel, escribía algunas respuestas que él me había dado, algunas situaciones, y eso yo me lo guardé para mí. Cuando me propusieron esto, fui y busqué en esa carpeta que no tenía fecha, ni nada, y entonces me di cuenta de que ese material podía ser un libro, antes lo hablé con él, y él me dijo: "Marcelo, ¿tenés tanto material para un libro?", yo le dije: "la verdad que sí". Entonces él me dijo: "bueno, métale, pero ojo con lo que pone". Y es verdad, algunas cosas no están, o nunca van a ser publicadas. Cuando terminé el manuscrito, por supuesto se lo di, él lo miró, y dijo: "dale, dale, vamos con el libro". Y ahí se los di a los chicos de la editorial Sudestada, y salió el anecdotario. Fue como una cosa diferente, no fue como otro de los libros míos, que escribo como “Pedagogía de la desmemoria”, u otro sobre genocidio, yo ya había hecho uno que es el “Desmonumentar a Roca”, que es poner en limpio todo lo que él se había propuesto con eso, y las ciudades donde se había bajado, donde estaba pendiente, este libro, Osvaldo lo prologó. Pero este libro es distinto, porque el otro era como uno se había propuesto hacer tal libro, en cambio este fue, con todas esas hojas sueltas, bueno yo la verdad tengo buena memoria. Y entonces armé esos episodios con ese esqueleto que tenía y de todos esos viajes, de esas frases de él. Y salió el anecdotario, que le gustó a tanta gente, que ahora estos días que sucedió el fallecimiento del maestro, tanta gente me ha contado que se puso a leerlo, otros a releerlo en la madrugada. Y me mandaban las imágenes del tal capítulo de ese libro, con un vaso de whisky o de cerveza, porque Osvaldo amaba la vida, brindábamos por el aire.

 

-Cualquier cosa era buena para brindar.

 

-Todo era un buen motivo para brindar.

 

-Marcelo, ¿cuál es la anécdota que recordás con más afecto? La que quieras contar, una anécdota con Osvaldo que nos quieras contar.

 

-Por ejemplo, una vez habíamos ido a Vedia, a bajar unas chapas de Roca, y él estaba hecho bolsa, porque por más que nos buscaban en auto, él tenía las piernas muy hinchadas, entonces yo le había pedido a la gente de Cultura que a él la habitación se la den en planta baja, porque, a veces, en unos hoteles de pueblito no hay ascensor, entonces yo lo ayudé a que se acueste, le puse almohadones abajo de las piernas para que las tenga más levantadas, y él siempre tan bueno, decía: “No, Marcelo, no se moleste". Luego salí, y apareció un hombre de Cultura con un paquete y me dijo: "Esto es para ustedes”, y que nos venían a buscar al mediodía para comer con los Concejales, antes del acto de bajar a Roca. Entonces, antes de las doce voy a la habitación, Osvaldo sigue tirado ahí, en la cama, hecho bolsa, y yo le digo: "Osvaldo, mire lo que nos han regalado". Y era una bolsa de papel madera, la abro y saco una caja de ´C***** R***´, etiqueta negra. Los ojos celestes de Osvaldo brillaron con intensidad terrible, se incorporó un poco en la cama y me dijo: "¡Marcelo, valió la pena tanta lucha!".

 

-Ahí tuvo un pequeño premio, un momento de relax.

 

Toda la lucha de él la sintetizaba en ese momento, como diciendo: "¡éste es un buen premio!". Una persona así, una persona simple, sencilla, de buen corazón, inteligente. Te cuento otra, habíamos ido a otra ciudad y él en ese momento estaba con problemas en los dientes, y entonces nos llevaron a un restaurant y estaba el Intendente. Nosotros dos estábamos sentados al lado, y él había pedido ñoquis, en un momento aparece el Intendente hacia el final de la comida, y dice: “¿Qué tal, don Osvaldo? ¿Le gustó la comida?”. Y en el plato tenía más de la mitad, pero Osvlado lo mira y le dice: "Son los ñoquis más ricos que probé en mi vida". El tipo se pone contento y se va. Nosotros nos olvidamos del tipo. Luego, al encaramos el helado, aparece de vuelta el intendente con la cocinera del lugar. La cocinera se estaba secando las manos en un delantal medio manchado, una señora gordita, petisa, y el intendente dice: “Ésta es la cocinera”. Y nosotros nos habíamos olvidado de los ñoquis, pero entonces, Osvaldo la mira y le dice: "Señora, son los ñoquis más ricos que comí en mi vida". Y la señora se lleva las manos así, al corazón, porque se da cuenta que era un tipo importante, porque si estaba el Intendente y la fue a buscar en un pueblito, ¿te imaginás? No sabría quién era, quizás pensaría que es el dueño de la aspirina o qué se yo, y la señora dice: "Gracias, gracias”. Y se va. Osvaldo se puso a comer su bombón escocés, y lo vi en esa grandeza, porque no es que hay que ser inteligente y buen investigador, sino hay que tener buen corazón.

Por ejemplo, Martínez de Hoz y Cavallo, que destruyeron el aparato productivo del país, no se le puede negar que son gente inteligente, porque eso no lo hace un idiota, en cambio Osvaldo, tenía buen corazón, cuando yo estaba en la casa y le tocaba el timbre alguien que le traía, por ejemplo, lo que esa persona autodenominaba cuadro. Me acuerdo uno que había dibujado a Roca cayendo del caballo y gente estirando con una soga la estatua, era terrible, desproporcionado, mal, un colorinche terrible, y Osvaldo lo hizo entrar y le dijo que era ¡magnífico! ¡maravilloso! y que ya le encontraba un lugar a dónde ponerlo, y lo puso.

¡Y yo conozco a tantos progresistas y revolucionarios en castellenizados en no sacar los pies del plato! y de pronto se fastidian con la gente, y él no, nunca. Entonces, yo con él aprendí tantas cosas, por ejemplo cuando dábamos las charlas, yo hablaba del malón de la Paz y él hablaba de Roca, y me acuerdo una vez, que terminaba la charla, los organizadores dicen: “Vengan al Centro Cultural que tenemos todo organizado para la cena”. Cuando llegamos, nada había, nada. Y nosotros estábamos sentados en la mesa y los escuchábamos que ellos discutían, como recriminándose. Y en eso, Osvaldo dice: "Aquí con Marcelo, hemos venido, hemos hablado, hemos cumplido, y tenemos el garguero seco". Hubo corridas, y en eso, empezaron a aparecer botellas, decenas de empanadas. Y él ahí dijo: “¡Esto es otra cosa!”. Ese, era el momento en que él contaba anécdotas de su amigo Soriano. Yo tuve la oportunidad, también, de conocer a su hermano Franz, que era justamente lo opuesto, ideológicamente, a él. Osvaldo me decía: “¿Cómo de una misma mamá nacieron dos hijos así, tan diferentes?”.

 

-Y, suele suceder.

 

-Pero, ¡no sabés cómo se querían esos hermanos!

 

-A pesar de todo, eran hermanos.

 

-Yo compartí almuerzos con ellos, donde los dos se insultaban, por ejemplo, el hermano me decía a mí, “¿Cómo puede ser amigo de este pelotudo que se ocupa de los indios?” Y Bayer me decía: "No le preste atención que este, ¡está más loco! ¡Es un facho!”. Comían y brindaban, y bajaban otra botella, me decían, “¡No se vaya, Marcelo, no se vaya!”.

Tenían como un ritual, hasta que murió Franz, que murió hace unos años, todos los sábados a las once, ellos almorzaban, porque los dos se levantaban tempranísimo y las once ya eran como las dos de la tarde para ellos. Yo compartí alguno de esos almuerzos, y lloraba de risa, ellos me hacían cómplice de esa cosa, de hermanos combatientes. 

Y bueno, la muerte es definitiva, eso es así, sin embargo, él tuvo una vida plena, hizo un montón de cosas, jamás fue un panqueque, nunca fue un ´saltimbankin intelectual´, siempre se mantuvo fiel a sus ideas.

Yo, particularmente, lo voy a extrañar muchísimo, y todas las personas, tanta gente en Facebook que puso fotos, y como él encima dio charlas, tantas charlas en tantos lugares del país, hay tanta gente que tiene fotos y libros firmados, o un recuerdo de cuando fue a Pergamino, o cuando fue a Mina Clavero. Y toda la gente lo va a extrañar, pero en mi caso, yo voy a seguir siempre pensando, más allá que están los silos y todo eso que todo el mundo sabe, yo en mi casa voy a seguir como dialogando con él, como diciendo “¿Qué opinaría de esto él, qué diría o qué pensaría de esto?”. O por ejemplo, él siempre me alentó, desde la primera vez que yo le pedí un prólogo, ¡hace ya tantos años! Para el libro del Malón de la Paz, y después, hizo prólogo a la ´Pedagogía de la desmemoria´, este libro va por la cuarta edición, en el momento que todavía estaba Abril, su esposa, que estaba viva, estaba acá, en Argentina, me acuerdo que cuando salió una nueva edición él me dijo: "¿Qué hace el miércoles a las diecinueve?” Y yo le dije: "No sé", y me contestó: "Bueno, a las diecinueve, véngase a mi casa". Y fui, y habían comprado tres champagne, la señora había hecho un montón de empanaditas, para celebrar la salida de la nueva edición de ´Pedagogía de la desmemoria´. Él fue muy bueno conmigo, fue muy generoso.

El 24, a eso de las doce del mediodía, llega la noticia, yo me quedé... Por más que era ya previsible, y él ya tantas veces había hablado de eso. Él decía cuando ya está, ya está. Pero bueno, así como todos se quedaron, yo también me quedé, mi nena de 13 años, me abrazo, y yo estaba todavía cómo... ¡Qué sé yo!

Después me empezaron a llamar radios, me pidieron notas, y yo no estaba para escribir nada. Luego, al otro día, sí, ahora van a sacar un suplemento “Radar” de Página/12, que escribí algo. En mi caso particular, tuve un gran privilegio de ver el detrás de escena, y conocer ese otro Bayer que no era ese personaje público, conocer ese aspecto íntimo, por eso el anecdotario. Después, me volvieron a escribir de este suplemento de Bayer para chicos que sacamos con Sudestada. A él le gustó como lo habían dibujado, en particular un dibujo de Julio Ibarra, que es el dibujante que lo dibuja, con Soriano, su gran amigo, Osvaldo me dijo: "¡Ay, Marcelo! ¡Qué honor que me hizo!". Claro, porque él lo dijo porque en esta colección salen Belgrano, San Martín, Cortázar, Tosco. ¡Y, pero si no estaba él, no es colección!

Siento una infinita tristeza, pero una tristeza alegre, porque yo me pongo a recordar cosas de él, me puse también a leer como si fuera un lector algunas anécdotas. Así es la Vida, así es la muerte. Así también están los recuerdos y la memoria, que eso es la gente que vive con uno, la gente muy querida que uno nunca va a dejar de lado, ni olvidar, y que uno siempre va a querer. Él tenía mucho sentido del humor, porque la casa de él era un cambalache, que tiene la palangana arriba del diploma honoris causa, todas cosas así, todo un cambalache de hojas y de papeles, que nunca encontraba nada. Soriano, que ya murió hace más de 20 años, le dijo una vez: “¡Esto es un tugurio!”. Cuando se fue Soriano, él agarró y se fue a un filetero, para que le haga un cartel: “El Tugurio”. Y cuando volvió Soriano, se quedó paralizado en la puerta, viendo el cartel, cuando Osvaldo le abre, Soriano le dice: "¿Vos sos tan alemán que no entendés un chiste?" Y él dijo: "Ya queda para siempre, El Tugurio".

 

-Y lo va a seguir siendo, seguir siendo El Tugurio.

 

-Y, sí.

 

-Marcelo, enorme agradecimiento, te robamos casi veintisiete minutos para recordar junto a vos, algunas de las anécdotas que tenés con el maestro, te agradecemos muchísimo, porque la verdad que fue bellísimo este breve intercambio que tuvimos con vos, y donde te aprovechamos para que puedas contarnos todo lo que nos contaste, a nosotros y a los oyentes, y quienes después van a escuchar grabado esto. Nuestro agradecimiento y nuestro recuerdo para con el maestro.

 

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Caperucita Soja y el Oro Feroz”: un cuento casi sin árboles

Programa radial que aborda problemáticas referidas a Derechos Humanos y Medio Ambiente. Entrevistas e informaciones sobre los acontecimientos que afronta la situación actual de nuestro planeta ofreciéndose soluciones viables para mejorar esta realidad.
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